viernes, 15 de diciembre de 2017

Laura

“Nunca olvidaré aquel fin de semana en el que murió Laura…”
(Waldo Lydecker)

En 1946 Francia aún sufría  las terribles heridas causadas por la Segunda Guerra Mundial. Eran tiempos de racionamiento, depuraciones, duelo por los muertos y por las ilusiones perdidas…  Era una época en la que poder disfrutar de algún momento de evasión de la cruda realidad resultaba especialmente necesario; sobre todo si esa evasión se conseguía a través de unas películas tan magníficas como lo eran algunas de las que, llegadas desde Estados Unidos, se estrenaron en Francia durante aquel verano: El halcón maltés (1941), de John Huston,  Laura (1944), de Otto Preminger, Historia de un detective (1944), de Edward Dmytryk; Perdición (1944), de Billy Wilder; La mujer del Cuadro (1944), de Fritz Lang


Estas películas tenían unas características comunes que permitieron a la crítica francesa acuñar un nuevo término, “film noir”, para referirse a ellas. En todas se aglutinaban elementos de otros géneros, especialmente del policiaco de los años 30 y del melodrama, macerados en una cierta ambigüedad moral y un marcado pesimismo existencial que casaban muy bien con el espíritu de postguerra. Con una conjunción de la estética expresionista de origen alemán y del realismo del cine norteamericano, se retrataban las pulsiones más oscuras del ser humano, tanto como individuo como en sociedad, en unas atmósferas densas y peculiares que se convertirían en  impronta del género negro.


Todas las películas mencionadas son grandes hitos del género, pero quizá la que haya alcanzado mayor carácter mítico sea Laura, porque es la que mejor combina melodrama, intriga y sugestión. Esas características, junto con la intensidad de su fotografía en blanco y negro, la utilización del flash-back y de la voz de un narrador implicado en la trama,  la magia de su música y la utilización de diversos puntos de vista en la investigación del crimen, sentaron muchos de los principios del cine negro.

Pero Laura es, sobre todo, la historia de dos obsesiones por una misma mujer; una mujer, que, fluctuando entre el sueño y la realidad, se convierte en una nueva versión, mucho más sugerente, de la femme fatale del género negro.

La trama de la película parte del hallazgo del cadáver desfigurado de una mujer asesinada en el apartamento de Laura Hunt, una exitosa creativa publicitaria. Lógicamente, se piensa que se trata de la  propia Laura. El teniente de la policía Mark McPherson (Dana Andrews) se encarga de la investigación y la centra en el círculo íntimo de Laura: su gran amigo y mentor, el corrosivo escritor Waldo Lydecker (Clifton Webbs), su prometido, el playboy Shelby Carpenter (Vicent Price), y su tía, la sra. Treadwell (Judith Anderson, la inolvidable señora Danvers de Rebeca). Las sospechas sobre cada uno de ellos van sucediéndose según avanza la historia, con una gran sorpresa en mitad de la película (¿sueño o realidad?) y un vibrante desenlace.

A través de los testimonios de todos ellos, y de sus diferentes puntos de vista, McPherson va recreando las últimas horas de vida de Laura, a la vez que va quedando subyugado tanto por la personalidad de la difunta como por su gran belleza, plasmada en el omnipresente retrato de la joven asesinada. Precisamente, ese retrato se convierte en una especie de fetiche sobre el que gira la obsesión de McPherson por Laura.


El rodaje de Laura ha pasado a la historia cinematográfica como uno de los más conflictivos que se recuerden. La película fue, inicialmente, pensada en la Fox como un producto de serie B que iba a ser dirigido  por un director prácticamente desconocido, el austriaco Otto Preminger. Esa era la situación, cuando el poderoso jefe de la Fox, Darryl Z. Zanuck, intervino para ascender la película a la categoría A, relegando a Preminger, con quien tenía una historia previa de enfrentamientos, a funciones de producción y encargando la dirección a  Rouben Mamoulian, tras haberse negado Walter Lang y Lewis Milestone a ocupar el puesto.


Tampoco aceptaron el papel protagonista las hermosas Jennifer Jones y Hedy Lamarr. Por ello, recayó en la jovencísima (23 años), y también muy hermosa, Gene Tierney.

Incluso el papel de Waldo Lydecker no estuvo adjudicado a Clifton Webb hasta el último momento, puesto que Zanuck no quería, inicialmente, dárselo. Afortunadamente, Preminger se impuso; Webb obtuvo  el papel y realizó una interpretación tan buena de Waldo Lydecker que esa fue una de las bazas decisivas del éxito de la película. Su rostro anguloso, sus gestos elegantes, fueron perfectos para definir la personalidad del ficticio escritor que decía sobre sí mismo: “Escribo con una pluma de ganso que mojo en veneno”. Con este papel, Webb relanzó su carrera y obtuvo una nominación al Óscar como mejor actor de reparto.


Ya iniciado el rodaje, Zanuck, descontento con  Mamoulian, prescindió de él y volvió a encargar la dirección a Otto Preminger, que lo primero que hizo fue echar al director de fotografía y sustituirle por Joseph La Shelle. Ese, quizás, fue el mayor acierto de Preminger, puesto que la fotografía en blanco y negro de La Shelle (premiada con el único Óscar que obtuvo la cinta) fue esencial para crear la atmósfera de sugestión, misterio e irrealidad que recorre la película.


Preminger  también contrató a nuevos guionistas y encomendó la música a David Raskin, que compuso el pegadizo y sugerente tema central de la película. Otra de las decisiones inmediatas del director austriaco fue sustituir el cuadro de Laura, que había pintado Azadia Wewman, esposa de Mamoulian, por una fotografía de Gene Tierney pintada con ceras para simular un retrato al óleo.

Tras el inmenso éxito de Laura,  Mamoulian afirmó que, aunque Preminger aseguraba que había desechado todo el material anterior, su concepción de la película seguía siendo la que vertebraba la película. No se puede saber cuánta verdad pueda haber en esa afirmación;  lo único cierto es que todas las decisiones, las muchas modificaciones y cambios que se produjeron desde que se inició el proyecto, confluyeron en el magnífico resultado final.


Y también es cierto el que a Preminger se le debe otro de los grandes hitos del género negro: Cara de Ángel (1952); eso y su carrera posterior como director avalan su talento: Carmen, El hombre del brazo de oro, Buenos días tristeza, Anatomía de un asesinato, El cardenal, Éxodo (con la que Preminger rompió, como ya había hecho Michael Douglas, “la lista negra”, al incluir al proscrito guionista Dalton Trumbo en los créditos), Tempestad sobre Washington (en la que Charles Laughton realizó su última gran interpretación)… son pruebas incontestables de su valía como director.



Otto Preminger, uno de esos grandes directores cinematográficos de origen judío que encontraron refugio en Estados Unidos al huir de los nazis (como Lang o Wilder, por ejemplo), se caracterizó por su tiránico carácter durante los rodajes (quizás no fue casual que, como actor, se especializara en papeles de militares germánicos). En el caso de Laura, además de los problemas con Zanuck,  tuvo fuertes enfrentamientos con Vera Caspary, la autora de la novela original.


Caspary, también de origen judío, había logrado el éxito más importante de su carrera con la publicación, en 1942, y posterior adaptación al teatro, de Laura. Feminista por convicción, la escritora plasmó en la novela sus ideas de emancipación femenina; así la protagonista es una profesional de mucho éxito que, aunque ha recibido una ayuda decisiva de Lydecker en el inicio de su carrera, ha triunfado gracias a su propio talento.
Es también muy interesante observar cómo la relación de Laura con su prometido, el atractivo pero frívolo y amoral Shelby Carpenter es una especie de reflejo invertido de comportamientos tradicionalmente masculinos: la muy competente e inteligente Laura tiene una relación sentimental con el que también es su subordinado en el trabajo (empleo que ella le ha conseguido), un hombre sin más cualidades que su simpatía y atractivo físico (“Una belleza masculina en apuros”, tal y como le define Waldo con su habitual sarcasmo); un hombre al que Laura, en la mejor tradición del hombre poderoso con la mujer conquistada, hace regalos absurdamente caros (una pitillera de oro que se convierte en otro de los objetos claves de la trama). Ya se lo dice Waldo a Laura: “… tienes una trágica debilidad: para ti un hombre es un cuerpo bien constituido y fuerte y siempre sales dañada”. ¿No es esa una debilidad tradicional de muchos hombres que ocupan posiciones de poder? Lo peculiar, en aquella época, era que Caspary hiciese a Laura participe de esa actitud.


Curiosamente, aunque la cinta es fiel en lo esencial a la novela, Caspary, que sería ella misma una guionista de éxito, no se sintió satisfecha con el resultado de la película.
En cuanto a los protagonistas, Gene Tierney y Dana Andrews,  Laura significó para los dos el espaldarazo definitivo en sus carreras. Tras esta película, ambos gozaron durante unos años del estrellato conseguido. Gene tuvo papeles memorables como el de la perversa Ellen de Que el cielo la juzgue o el fantasmalmente romántico de la Sra. Muir; por su parte, Dana participó en una de las más grandes películas de la época: Los mejores años de nuestra vida (1946), de William Wyler. Y Preminger volvería a contar varias veces con ellos, juntos (Al borde del peligro, otra intriga criminal, de 1950) o por separado  (Andrews en ¿Ángel o diablo? (1945) y Entre el amor y el pecado (1947), y Tierney en Vorágine (1949).

Pero ambos, cada uno a su manera, estaban atormentados por terribles demonios personales que hicieron que, a partir de la década de los 50, sus carreras iniciaran un prematuro declive. Dana Andrews era alcohólico. Gene Tierney sufría serios problemas depresivos provocados, al parecer, por el nacimiento de una hija nacida con graves deficiencias físicas y mentales debido a que una admiradora contagió la rubeola a la actriz cuando estaba embarazada de la niña. La desgraciada historia de Gene  inspiró la trama de una de las novelas de Agatha Christie, El espejo se rajó de lado a lado (1962).


Sin embargo, en el mejor momento de su carrera, Tierney y Andrews formaron una pareja esplendorosa en una de las más bellas y míticas películas que el género negro nos ha dejado: Laura,  quizás la que mejor conjuga misterio y glamur, romanticismo y obsesión, sueño y realidad.

Yolanda Noir

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

viernes, 1 de diciembre de 2017

Yo quería ser Lauren Bacall

Yo quería ser Lauren Bacall. Y no me digáis que eso lo queríamos todas. Ni hablar: unas querían ser Marilyn, otras Ingrid Bergman, muchas Audrey Hepburn, bastantes Katherine Hepburn y hasta algunas Liz Taylor (por aquello de los ojos violetas).
Cayo Largo
No fue una decisión que tomara a tontas y a locas, lo pensé bastante tiempo. No fuera a ser que me pasara como a esa gente que les conceden tres deseos y los malgastan de mala manera. Había que sopesar pros y contras y, una vez hecha la elección, no se podía cambiar. Y no penséis que era una cría cuando tomé esa decisión. Tenía más de veinte años cuando me compré en los traperos de Emaús una falda de pata de gallo que pretendía recordar al traje de chaqueta que llevaba la actriz en Tener y no tener. Creo que el efecto era más bien “look hospiciana de la posguerra”, pero yo lo intentaba.
Creo que esa pasión por ser como ella me entró en unos ciclos dedicados a Humphrey Bogart que organizaban cada verano en un cine de Barcelona con dos pequeñas salas, el Casablanca.
La mirada
Me fascinaban esas películas y cada verano me las veía todas: Casablanca, Tener y no tener, El sueño eterno, El halcón maltés, Cayo largo… No recuerdo que pusieran La reina de Africa, esa era como de otra ventanilla, con otro Bogart muy distinto. Me gustó mucho cuando la vi, pero no la asocio a ese grupo. Dentro de esas películas tenía mis preferencias. El halcón maltés me gustaba, aunque al final siempre me armaba un poco de lío entre todos los malos implicados en la trama. Durante muchos años pensé que la frase “estaba hecha del material del que se hacen los sueños” era original de esta película, pero hace poco me enteré que pertenece a La tempestad de Shakespeare (mi incultura es infinita). Casablanca era la reina, por supuesto, ese Rick tan duro y tierno, esa Ingrid Bergman que parecía brillar como si fuera santa (siempre recuerdo la luz tan especial que tenían esas películas en blanco y negro) y creo que era muy apropiada para ese papel, con esa historia. Desde luego, Lauren Bacall no se hubiera ido con Laszlo que era un lechuguino con cara de ensaimada y nunca hubiera dicho “Tienes que pensar por los dos, por todos nosotros”. No, Mi Lauren decía cosas como: “Si me necesitas, silba. Sabes silbar, ¿verdad Steve? Solo tienes que juntar los labios y soplar”. Mataría por haber dicho algo así alguna vez en.
Si me necesitas, silba
Qué se le va a hacer, son naturalezas o quizás es que vamos por la vida sin que nos escriba los diálogos un guionista y por eso nuestras conversaciones son tan poco lucidas. Tenía diecinueve años la criatura cuando interpretó ese papel en Tener y no tener, película dirigida por Howard Hawks basada en una novela de Hemingway. Bogart se enamoró de ella en el rodaje y se casaron un año después, aunque él le llevaba veinticinco años. Dicen que en el rodaje de esa película estaba tan nerviosa que temblaba y agachaba la cabeza, lo que dio origen a esa mirada que se hizo tan famosa. La verdad es que encarnaba muy bien ese prototipo de mujer fatal, de respuestas rápidas y mirada felina que tanto gustaba a los autores de novela negra. No me digáis que este párrafo de Dasiell Hammett no parece la descripción de la actriz: “Aquellos ojos revelaban que se trataba de una mujer marcadamente felina: Todos sus movimientos eran lentos, suaves, seguros como los de una gata. Las líneas de su bonito rostro, el contorno de su boca, la nariz breve, la forma de sus ojos, la hinchazón de las cejas, todo en ella era felino”.  O esta otra: “era tan bella como Lucifer y dos veces más peligrosa”.
Aquellos besos...
Otra de mis favoritas era El sueño eterno. Y eso que, fácil de entender, tampoco era. Por lo visto ni el propio Howard Hawks sabía quién cuernos mató al chofer. Pero a mí eso me daba igual. Ver a la pareja Bogart-Bacall mantener esos duelos verbales, encender cigarrillos como si fumar fuese saludable y moverse entre el hampa y la clase alta me parecía más que suficiente. ¡A quién le importa quién mató al chofer!
Cayo largo me gustaba menos.  Dirigida por John Houston está basada en una obra de teatro y se nota. Los personajes se pasan la película encerrados en un hotel en Florida a causa de una tormenta terrible. Un grupo de gánsters dirigidos por Edward G. Robinson (uno de los mejores malos de la historia) mantiene prisioneros a los dueños del hotel (Lauren Bacall, una joven viuda de guerra y Lionel Barrymore, su suegro) y a un veterano de guerra interpretado por Bogart. No estaba mal, pero era otro estilo y el papel de mi musa era más soso.
Y luego estaba La senda tenebrosa dirigida por Delmer Daves donde Lauren Bacall ayuda a Bogart, injustamente acusado del asesinato de su esposa.
Son películas que puedes ver una y otra vez sin cansarte. Ellas siguen estando divinas, con ese estilo, esa elegancia… No se necesitan muchos efectos especiales ni inversiones millonarias para conseguir que te quedes atrapado en una historia. Ahora estoy pensando que, ya que nunca conseguí parecerme a Lauren Bacall, debo decidir cómo quién quiero envejecer. Dudo entre Meryl Streep, Helen Mirren o Judi Dench ¿qué me aconsejáis?
El sueño eterno

Laura Balagué (Mona Jacinta)