viernes, 23 de febrero de 2018

Yo creo en ti


Las causas perdidas son las únicas por las que vale la pena luchar.

Esta frase, pronunciada por James Stewart en Caballero sin espada (1939), de Frank Capra, bien podría ser el resumen de Yo creo en ti (Call Northside 777),  de 1948, película dirigida por Henry Hathaway.


Precisamente, Stewart interpreta en ella a un periodista que lucha por una causa perdida, la de Frank Wiecek, un hombre que lleva once años en prisión, tras haber sido condenado a 99 años de cárcel por haber asesinado, en 1932, en Chicago, a un policía en un despacho de licor clandestino durante la  época de la ley seca. Fueron unos años muy violentos, especialmente en Chicago, con constantes asesinatos de agentes de la ley, a los que la Policía respondía con métodos igualmente expeditivos.

James Stewart, en el papel del periodista Jim McNeal, recibe la orden del redactor jefe de su periódico, el Chicago Times, de investigar quién ha encargado la publicación de un anuncio ofreciendo una recompensa de 5.000 dólares a cualquiera que pueda ofrecer alguna pista sobre el verdadero asesino.

La postura inicial de McNeal es la de limitarse a buscar el lado sentimental de la noticia: ¿quién ha puesto el anuncio y por qué? Y encuentra a una madre desesperada que lleva años trabajando de fregona y ahorrando cada centavo, privándose incluso de comer, para intentar ayudar al hijo al que cree inocente.

A pesar de conmoverse ante la lucha y la fe de la pobre mujer, McNeal se mantiene firme en su consideración de que Frank Wiecek sólo está recibiendo lo que se merece. Pero, impulsado por su jefe, tendrá que continuar la investigación y, entonces,  las nuevas pruebas que hallará le harán cambiar paulatinamente de opinión.
Ese es uno de los grandes logros de la película:  la forma en que muestra el cambio gradual en la  actitud del periodista,  desde la fría indiferencia profesional a la total implicación en una causa que cree justa. En ese camino, su conciencia profesional se verá azuzada por los obstáculos que, desde diferentes frentes, le irán poniendo.

Era un papel perfecto para James Stewart y el actor consiguió aprovecharlo al máximo. Para cuando hizo esta película, Stewart ya era una figura que había triunfado en películas como Vive como quieras (1938) y Caballero sin espada (1939), ambas de Frank Capra, El bazar de las sorpresas (1940), de Ernst Lubitsch, e Historias de Filadelfia (1940), de George Cukor, por la que consiguió el Óscar al mejor actor.

Tras el parón de la guerra (en la que participó como piloto de bombardero, a pesar de las presiones que recibió para quedarse en la retaguardia) se había reincorporado al cine con el maravilloso papel de ¡Qué bello es vivir!; sin embargo, después de esa película ya no había logrado ningún gran éxito. Por ello buscaba papeles a su medida, y eso encontró en dos películas que se estrenarían en 1948: Yo creo en ti, en Henry Hathaway y La soga, de Alfred Hitchcock.
Del colérico y tiránico Henry Hathaway, que se atenía al código de que “Para ser un buen director hay que ser un hijo de puta. Yo soy un hijo de puta y lo sé", se suele decir que era un gran artesano especializado en cine de aventuras  y western. En realidad, fue un gran “contador” de historias que se guiaba por dos principios fundamentales: que el espectador participase de la historia y que sus personajes actuarán guiados por un código ético, aunque fuera peculiar (como por ejemplo el alguacil Cogburn, magnífico John Wayne, de  Valor de ley).

Pero además del cine de aventuras y del Oeste, Hathaway también fue un importe director de cine Noir, en el que destacó por el carácter realista, cercano al documental, que dio a sus películas. Esta característica ya estaba presente  en La casa de la calle 92 (1945) y en El beso de la muerte (1947), comentada aquí anteriormente, y es también una de las cualidades  fundamentales de Yo creo en ti.

Ese afán documentalista se evidencia sobre todo en el principio de la película, cuando una voz en off nos explica que la historia se basa en hechos reales (cambiando el nombre de los personajes implicados) y que, en la medida de lo posible, se ha rodado también en los escenarios reales. Esa misma voz pasa luego a relatar los sucesos que dieron lugar al asesinato del policía Bundy y la posterior detención de Frank Wiecek, como uno de los dos culpables. A partir de ahí, el narrador callará hasta casi el final de la película.
Sobre esa pretensión de realismo en el cine negro de Hathaway, Carlos F. Heredero y Antonio Santamaría, en su obra El cine negro. Maduración y crisis de la escritura clásica, señalan:

“Esta especie de documentalismo sobre los métodos policiales tiene sus orígenes en la confluencia de varios factores que operan en una dirección convergente. En primer lugar, la herencia documental que deja impresa sobre el cine y sobre la sociedad americana los noticiarios de guerra de la etapa anterior. Después, la necesidad de rodar en escenarios naturales como respuesta frente a las limitaciones económicas para la construcción de decorados derivadas de la inmediata posguerra y, finalmente, en un papel menos relevante de los que se ha dado a entender en ocasiones, el eco sordo y muy atenuado que llega hasta Hollywood del primer neorrealismo italiano a través de títulos como Roma, ciudad abierta (Roma, città aperta, 1945) o Paisà (1946)”.

Sea como sea, lo cierto es que el deseo de veracidad y el gusto por rodar en exteriores fue una constante en la obra de Henry Hathaway.

En el caso concreto de Yo creo en ti, el anhelo realista está muy bien afianzado por la magnífica fotografía en blanco y negro de Joseph MacDonald y por su utilización del juego de luces y sombras, con mayor incidencia del claroscuro  en escenas como las de la prisión o en la dramática entrevista de McNeal con Wanda, la testigo perjura; es decir, en los momentos de mayor tensión de la historia.

MacDonald fue uno de los grandes directores de fotografía del Hollywood dorado y muchos de los más importantes realizadores del momento lograron grandes películas con su colaboración: John Ford en Pasión de los fuertes (1946); Elia Kazan en ¡Viva Zapata! (1952) o Pánico en las calles (1950); varias de Edward Dmytryk, como Lanza rota (1954) o El baile de los malditos (1958) por la que MacDonald  fue nominado al Óscar, etc. Con Henry Hathaway  volvería a trabajar en Niágara (1953).

Dentro de ese deseo constante de veracidad que impera en Yo creo en ti, es especialmente interesante el momento en que Wiecek se somete al detector de mentiras, porque quien realiza la prueba es, en un curioso cameo, el inventor real del aparato: Leonarde Keeler, miembro del Departamento de Policía de Berkeley (California). Keeler, actúa, además, con sorprendente naturalidad; por ello, y por lo bien que transmite  Richard Conte la angustia de su personaje en semejante trance, son especialmente destacables estas escenas.
Y también es interesante la visión, prácticamente documentalista, del funcionamiento de un periódico en los años cuarenta, del barrio polaco de Chicago, del mundo carcelario…


Otro gran mérito de esta película es el de las estupendas interpretaciones de los actores que acompañan a James Stewart: Richard Conte, Lee J. Cobb, Kasia Orzazewski y Helen Walker.

Richard Conte interpreta muy bien a Frank Wiecek, el joven delincuente en libertad provisional al que su pasado le convierte en  víctima propiciatoria de un delito que no ha cometido. Conte fue actor habitual en el cine negro hasta la decadencia del género en los años sesenta; aun así, Conte siguió en activo, con desigual suerte, hasta que al final de su carrera logró uno de sus mayores éxitos interpretando a Don Barzini en El padrino (1972).
Lee J. Cobb también hace una  buena actuación  como redactor jefe que impulsa la investigación de McNeal. Cobb fue uno de esos grandísimos secundarios de lujo de la época dorada de Hollywood que mejoraban cualquier película en la que participaban. Desde su debut en el cine en 1934 hasta su prematura muerte en 1976, intervino en innumerables películas (con  James Stewart y Henry Hathaway volvería a trabajar en 1962  el La conquista del Oeste. Llegó a ser nominado en dos ocasiones al Óscar al mejor actor de reparto; una de ellas por su trabajo en la Ley del silencio, en el mismo año, 1953, en que compareció ante la comisión del senador Joseph McCarthy, donde delató a numerosos compañeros (al contrario que James Stewart, republicano y patriota convencido, que despreció la petición de  John Edgar Hoover, director del FBI, de denunciar a compañeros de profesión sospechosos de simpatías comunistas).
Y es de justicia reconocer el gran trabajo de la actriz de origen polaco, el mismo que el de la mujer que interpreta en la película,  Kasia Orzazewski,  la conmovedora Tillie Wiecek, la madre dispuesta a pasar su vida trabajando duramente para demostrar la inocencia de su hijo. En el primer encuentro entre la mujer, de rodillas fregando, y el periodista, la pobre madre ya demuestra toda su dignidad y coraje, que ganan por completo el corazón del espectador, al responder a la pregunta de McNeal sobre el origen de la recompensa que ofrece: “Yo trabajo. Friego suelos. En 11 años no he falté ni un solo día al trabajo. Lo gané hasta el último penique”. Es esa feroz determinación de una madre la que da título a la versión española (el título original, Call Northside 777, obedece al número telefónico que aparece en el anuncio en el que la mujer ofrece la recompensa a cambio de una pista para la absolución de su hijo).
Y Helen Walker como la esposa solicita de Jim McNeal, a cuyo sensato consejo recurre el periodista en sus peores momentos de duda, como pone de manifiesto la ingeniosa conversación de doble sentido que mantiene el matrimonio ante un puzle:
Jim McNeal: Quizás podamos solucionarlo juntos.
Sra. McNeal: ¿Qué pasa? ¿No encajan las piezas?
Jim McNeal: Sí, pero forman un tema equivocado.
Sra. McNeal: Las piezas no pueden hacerlo. Quizá tengan un enfoque equivocado.
Jim McNeal: Es difícil captar la imagen.

Betty Garde como la testigo perjura Wanda Skutnik, y otro conocidísimo y genial secundario, John McIntire, en un breve pero eficaz papel de fiscal interesado en que la investigación de McNeal no prospere, completan el perfecto reparto.

Yo creo en ti es una buena película y parece justo recuperarla, tanto por sus propios méritos como porque hace no mucho comentábamos una película, El gran carnaval, de Billy Wilder, dedicada a los aspectos más negativos de la prensa. Yo creo en ti equilibra la balanza, al reflejar la otra cara del periodismo: el que lucha por esclarecer los hechos turbios y controlar a los poderes públicos en bien de los ciudadanos. Y si bien Jim McNeal inicialmente, cuando todavía considera culpable a  Frank Wiecek, muestra un cierto cinismo, plasmado en la frase  que dirige a Frank  en la cárcel, “El público lo que quiere es emoción… Déjelo en mis manos”, lo que media entre él y el Charles Tatum, el periodista sin escrúpulos de El gran carnaval, interpretado por Kirk Douglas, es el abismo que separa a un hombre en busca de la verdad y la justicia y otro dispuesto falsear ambas  por lograr una noticia.
En definitiva, Yo creo en ti merece ser rescatada del olvido porque tiene una buena historia muy bien contada, a pesar de algunas concesiones finales al efectismo, y muy bien interpretada. Y porque, aunque no sea su mejor película, es un buen homenaje al que, además de ser uno de los mejores actores que el cine nos ha dado, fue, en la pantalla y en la vida real, un hombre íntegro: James Stewart.


Yolanda Noir

 

viernes, 16 de febrero de 2018

FREDERICK WISEMAN


Yo soy una zinefila de pacotilla porque, para cuando me he aprendido el nombre de un director, tengo que haber visto tres o cuatro películas. Esto resulta muy incómodo porque puede llevarte a ver ladrillos por no recordar un director que aborreces o a perderte una perla de alguien a quien admiraste. Doy gracias a Dios que ha grabado en mi memoria que no soporto a Lars Von Trier, lo que me librará de futuros sufrimientos y porque, al fin, me he aprendido el nombre de Frederick Wiseman. También es cierto que me lo he aprendido cuando el hombre tiene ya 83 años y no sé si querrá jubilarse, pero también he visto que me quedan un montón de sus documentales por ver (no sé cómo de fácil será) y, por lo tanto, me quedan muchas horas de disfrute pendientes. La primera que vi fue La dance y la elegí porque me gusta el ballet.
La dance
Me gustó mucho, pero, además, me sorprendió. No se trata solo de hacer un buen documental sobre el mundo de la danza, es algo mucho más profundo. Te mete en todos los rincones de la Ópera de París, sigues a los bailarines, a los directivos, al personal que trabaja en vestuario cosiendo lentejuelas y cintas de raso a las zapatillas… Pero, como he ido viendo con posteriores documentales, el montaje es un proceso muy complejo.
Wiseman estudió Derecho, pero, sorprendentemente, en vez de montar uno de esos despachos tipo The good wife, decidió dedicarse a dirigir documentales. Además, sus obras son largas, complejas y siempre comprometidas (imagino que poco del gusto de muchos políticos). Pues, pese a todos estos elementos en contra, ha conseguido vivir de ello, ser un referente mundial y rodar más de 40 documentales.
Yo me he visto tres y creo que cada uno me ha asombrado más que el anterior. Y eso que, a priori, este hombre no parecería encajar con mis gustos. Como sabéis, soy una ardiente defensora de las películas de 90 minutos, formato casi en desuso. Pues la última que vi de Wiseman duraba 197 minutos ¡y no me aburrí! No solo son largas, son complejas sin parecerlo. Su forma de trabajo es ir al lugar que le interese y rodar de 4 a 6 semanas. Junta horas y horas de material y luego hace un cuidadoso trabajo en el montaje. Él ha visto algo que nos quiere transmitir y para ello utiliza lo que precisa. Tuve la suerte de ver su última película Ex libris en el festival de San Sebastián donde había un coloquio con él tras la proyección. Le pregunté por qué no optaba por un formato como las series. Si disfrutábamos tanto con sus películas, me daba pena pensar en lo que nos perdíamos. Me dijo que no, que todo lo que no aparece no tiene interés “es muy aburrido”, añadió. Sus obras me recuerdan a los trabajos de investigación cualitativa, donde recoges montones de material que has de leer y releer para encontrar el sentido al discurso que encierra. Y eso es muy difícil. Requiere inteligencia, paciencia, capacidad de abstracción y honestidad.  En mi opinión, Wiseman tiene todas esas cualidades.
National Gallery

El segundo documental que vi fue National Gallery. Desde entonces tengo una verdadera perra con visitarla. También 180 minutos paseando entre cuadros, restauradores, los que tienen que conseguir el dinero, los diferentes públicos. Y todo ello compone una historia. No estoy segura de captar todo lo que quiere contarnos, pero os aseguro que disfruto mucho. Es como con la poesía, a lo mejor no entiendes el significado profundo, pero solo la música ya te hace feliz.
Ex libris: The New York Public Library
Por eso fui a ver Ex libris: The New York Public Library completamente entregada a la causa. En esta Wiseman quiere enseñarnos lo mejor de Estados Unidos (dijo que lo peor ya lo conocemos: Trump). Y desde luego, no sabéis cómo lamento no tener una sede de la National Library en mi barrio. Como dice alguno de los que aparece “una biblioteca es mucho más que un depósito de libros”.
Y ahora tengo que explorar por Amazon a ver si voy encontrando obras suyas. Me encantaría ver la primera que dirigió: Titicut Folies, sobre una prisión psiquiátrica en Massachussets. Estuvo prohibida en varios estados por la crueldad con los reclusos que mostraba; High School, que muestra los abusos de poder en una escuela secundaria; Model; que intuyo que muestra el mundo de la moda despojado de bastante glamour; At Berkley, sobre la famosa Universidad. Pero vamos, cualquiera que consiga la veré. A ver si me culturizo un poco.
Os dejo los trailes para que os hagáis una idea
Laura Balagué

viernes, 9 de febrero de 2018

Feliz cumpleaños, Brian

"La vida de Brian, qué buena peli. Cuenta una historia de cuando Dios"
(Un colega del pueblo)


La semana pasada se cumplieron 40 años del arranque del proyecto de una comedias más veneradas de la historia. Para el gran público "la vida de Brian" es un celebrado film que, a pesar de su provecta edad, sigue gozando de la aprobación de sus millones de fans, incluida la que os escribe. Pero, a pesar de que hoy día, y desde hace casi cuarenta años, podemos gozar sin cansarnos de sus hilarantes y absurdas situaciones, la película estuvo a punto de no rodarse porque tocaba un tema tabú, como es tomarse a broma la poderosa religión cristiana que nos rodea, queramos o no. Felizmente podemos alegrarnos de que se rodara y que fuera en enero de 1978 cuando los Monty Python empezaron a confeccionar el guión de la película y a sortear problemas con la censura, la productora y su propia educación cristiana.


Los Monty Python:

Este sexteto de cómicos que deben su nombre a uno de sus personajes, Monty Python, un agente teatral bastante mezquino, tuvo su origen en los grupos de teatro universitario de esas rancias instituciones británicas que compiten por llegar primero a la meta remando, llamadas Oxford y Cambridge. En Oxford coincidieron los aún estudiantes Terry Jones (La madre de Brian) y Michael Palin (Pilatos el "jomano"), en Cambridge se conocieron John Cleese (Reg, el cabecilla del Frente Popular de Judea), Eric Idle (Loretta, del FPJ) y Graham Chapman (Brian Cohen), al sexto miembro del grupo, el norteamericano Terry Gilliam, lo conocieron en unos bolos que los miembros del grupo de teatro de Cambridge (Cleese, Idle y Chapman) hicieron por los EEUU. El sexteto se dedicó a hacer teatro de humor y, posteriormente fue fichado para la radio hasta que algún avispado de la BBC los colocó en la tele en donde grabaron cuatro temporadas de su recordado programa de humor "Monty Python's Flying Circus", con historietas tan animadas como el partido de fútbol de filósofos griegos contra alemanes o "Cumbres Borrascosas" contada en lenguaje de banderas.




Los miembros del sexteto humorístico nacieron durante la segunda guerra mundial y fueron creciendo durante los difíciles años de la vuelta a la normalidad después del trauma, pero con el aliciente de pertenecer al bando ganador, durante la ya de por sí absurda guerra fría, es quizá por ello que este joven grupo, perteneciente a la generación del hippismo, se riera sin demasiados problemas de las normas y el estilo de vida de una sociedad británica tan envarada.



Después de triunfar en la tele dieron el salto al cine con "los caballeros de la tabla cuadrada", dando paso a un descacharrante sentido del humor. Estando de promoción en Amsterdam a Eric Idle le preguntaron cuál iba a ser su próximo proyecto, y él, en una humorada, va y les suelta que la historia de Jesucristo: La codicia por la gloria (Lust for glory)

La vida de Brian, historias y dificultades del rodaje:

Eric Idle, aparte de soltar el chiste del proyecto sobre la vida de Jesús, estaba pasando por un divorcio bastante peleado, y, además los componentes de Monty Python pasaban por una crisis después de las broncas entre los dos Terrys surgidas durante el rodaje de "los caballeros de la mesa cuadrada". Así que les pareció buena idea irse todos ellos a las islas Barbados para escribir una historia preñada de sus ideas fantásticamente absurdas. La educación cristiana les impidió desarrollar un film sobre una historia alternativa de Jesús, así nació Brian, muy cerquita y a la vez que el Mesías, pero esto no impidió que las religiones "del libro" (La biblia, no la guía de teléfonos) los censurara, atacara y prohibiera. Eso fue en enero del 78, hace ahora 40 añazos.

Guíanos, mesías

La EMI, empresa que iba a financiar el rodaje se rajó y rompió el contrato cuando estaban a punto de ir a Túnez a empezar a rodar utilizando las ruinas romanas del lugar donde sólo un año antes había pasado el equipo de George Lucas para localizar Mos Espa, donde vive el joven Luke Skywalker.Con las alas cortadas, vino en su ayuda el beatle George Harrison que puso la pasta para montar la productora "montypythoniana" Handmade Films. Harrison pasa desapercibido en su escena de la peli. Es el dueño del campo donde los del FPJ quieren enviar a Brian a hacer milagros.




El vestuario de los paseantes de esa Judea invadida por Roma era la que se había usado en esa ambiciosa serie de televisión sobre Jesús de Nazareth de Franco Zeffirelli, con Robert Powell haciendo de Cristo, así que algo de Jesús ya tenían.

La película la dirigió Terry Jones, la madre de Brian, pero los efectos más artísticos de la peli se deben a Terry Gilliam, como por ejemplo, la belleza del paso de los reyes magos y, sobre todo, la escena imposible de los extraterrestres. Efectiva y simple (Un enorme globo ocular sujeto por una mano maquillada), hasta George Lucas se quedó maravillado.

Toque Gilliam

Esta hilarante película, y si alguien no la ha visto, como le pasaba a una amiga mía, hija de supernumerarios de una famosa secta ultracatólica, que no dude en verla y no se cansará de hacerlo en repetidas ocasiones. Desgraciadamente no pasaría el test de Bedchel. Sólo hay una mujer con un papel con nombre, Sue Jones-Davies, aunque haya un par mas con letra. Sólo Judit, la intrépida miembro del FPJ tiene un mínimo papel destacado. Esta mujer, que llegó a ser alcaldesa de una población de su Gales natal, zona británica donde es frecuente encontrar gente de cabello negro, fue designada para el papel, precisamente, por sus rasgos meridionales.

FPJ, dos mujeres: Judit y Loretta, que aún se llama Stan

¿Qué os contaré de las hilarantes escenas de la película? De todas ellas hay anécdotas que los miembros de la Monty Python han ido desvelando con el paso de los años. Incluso hay un celebrado libro que narra las vicisitudes del rodaje. Incluso se llegaron a rodar escenas con un grupo de iracundos guerrilleros que llevaban bigotito hitleriano y que fueron suprimidas de la cinta final. Aquí, descartes.

El lado alegre de la vida

Lo increíble es que esta sátira se llevara el odio de todas las religiones nacidas en Oriente próximo. Fue prohibida su exhibición en lugares como Irlanda o Noruega. De hecho, se dice que en Suecia, país vecino, y por lo tanto, con sus roces, se promocionó como "una película tan divertida que se ha prohibido en Noruega". Todo un exitazo. Ya se sabe que la risa molesta a la severa religión porque la risa es irreverente, como se puede escuchar en "el nombre de la rosa". No llegó a la ira que produjo "Jesucristo Superstar" unos años antes, pero se oyeron voces iracundas contra el pobre Brian y sus desventuras.

Pilatos y Píjus Magníficus (Bigus Dickus)

Sin duda alguna, este film fetiche es la película "montypythoniana" más celebrada, a pesar de "los caballeros de la mesa cuadrada"(1975) o "el sentido de la vida" (1983). Su humor, bien como guionistas o actores les llevó a hacer otra serie de películas como "un pez llamado Wanda", de la que os dejo un enlace de zinéfilas, donde John Cleese y Michael Palin acompañan a Jamie Lee Curtis o Kevin Kline.

Despedida y cierre:

Los miembros del sexteto cómico británico más afamado del mundo acabaron tomando proyectos individuales, excepto en el caso del malogrado Graham Chapman (Brian) que falleció poco tiempo después a consecuencia de un cáncer. Su funeral es recordado por las risas que en su memoria despertaron sus compañeros.



Terry Gilliam, el norteamericano, se dedicó, sobre todo a la dirección con títulos como "Brazil", "Las aventuras del barón Munchausen", o "doce monos", Terry Jones también se dedicó a la dirección, John Cleese se ha dedicado a la interpretación sl igual que Eric Idle y a Michael Palin  seguro que lo habéis visto en los documentales de La 2 contándonos sobre la marcha un viaje a un país remoto. Por cierto, en la versión doblada al castellano, el encargado de poner la voz de Brian no es otro que José Luis Gil (El señor Cuesta) y, ciertamente, guarda bastante parecido con el narizotas peaón del mar Rojo.


De tanto en tanto los miembros vivos de este equipo que aún se encuentran con fuerza, se reúnen para dar una pincelada de su maestría. Hace cuatro años montaron un espectáculo. Pero desde ahora hasta el año que viene, Brian está de celebración, y el próximo año se cumplirá el cuadragésimo año de su estreno. ¡Y que Brian nos bendiga! ¡Amén!

Un regalico, os dejo el guión de la peli en este enlace (en inglés)

Otro regalico, aquí.

Bendición Urbi et Orbe de Juli Gan.

viernes, 2 de febrero de 2018

Simpatía por el diablo

José Manuel y Francisco Javier González-Fierro Santos:
Simpatía por el diablo (Serial killers de cine)
Arkadin Ediciones 2005

Hola, amigas y amigos. Hoy toca librito de cine. Me he decantado por esta obrita (el diminutivo es cariñoso, nada despectivo) deliciosa de los presuntos hermanos González-Fierro, que hacen un bonito y muy entretenido repaso a criminales reales y ficticios desde los comienzos del cine hasta los comienzos de este siglo; esto es, de todo el siglo XX. 
A pesar del título, que me gusta tanto que me lo he tomado prestado para mi post, al igual que ellos lo han tomado de otras fuentes, los González-Fierro no solo repasan asesinos en serie, sino que abren el abanico y hablan de otros tipos de crímenes, sobre todo cuando se refieren España, donde, gracias a los dioses, escasean tales especímenes tanto en la realidad como en la ficción. Bueno, que escaseen en la ficción no lo agradezco tanto.
En el prólogo al libro explican los autores qué problemas encontraron a la hora de seleccionar películas y por qué han dejado fuera de su obra filmes tan notables como "Criaturas celestiales" u "Ocurrió cerca de su casa", que, oh casualidad, son dos de mis favoritas. 
Precisamente a mis filmes favoritos me voy a referir en esta mi reseña, pues de todos los recopilados y comentados en el libro, he tenido que seleccionar mucho para quedarme con los que más placer me han brindado. Son estos:

El verano de Sam (Spike Lee, 1999)

Ese es su título en inglés, "Summer of Sam". En español se tituló "Nadie está a salvo de Sam", que no me gusta nada, así que, como este es mi post, manipulo la realidad y la rebautizo como me da la gana.
Vamos primero con la historia real. David Berkowitz, un neoyorquino de veintitrés dulces añitos, fue conocido como "el hijo de Sam", ya que con tal sobrenombre se presentó a sí mismo en una nota manuscrita que dirigió a la policía y depositó en el lugar de uno de sus crímenes y en sucesivas cartas que envió al Daily News.

Comenzó su carrera criminal en julio de 1976 y mantuvo en vilo a la ciudad entera durante más de un año. Se dedicaba a disparar, con un arma de calibre 44, a parejas que charlaban por la noche en su automóvil o a gente que caminaba solitaria por las calles. Mató a seis personas, dejó heridas a unas cuantas más y, tras apasionantes y muy peliculeras peripecias policiales, fue detenido. Confesó todos y cada uno de sus crímenes y fue juzgado y condenado a 364 años de cárcel; el equivalente, al parecer, a seis cadenas perpetuas. Sigue en prisión, concretamente en la penitenciaría de máxima seguridad de Attica (Nueva York). 
Vayamos ahora con el cine. Spike Lee en El verano de Sam somete al narcisista de Berkowitz a todo un baño de humildad al convertirlo en un personaje secundario de su película, pues esta se centra en la vida cotidiana de un puñado de hombres jóvenes (Lee no es lo que se dice un feminista) del Bronx, precisamente el sector de población objeto de los asesinatos de Sam, durante la tremenda ola de calor del verano de 1977, cuando Berkowitz estaba a punto de ser detenido.

Lee se detiene en uno de sus asuntos favoritos: la confrontación entre grupos sociales de distintos orígenes (latinos, africanos, italianos, irlandeses, centroeuropeos…) y distintas preferencias musicales; en esta peli en concreto echa un pulso el punk contra la música disco, ni más ni menos. De hecho, las escenas en las macrodiscotecas, que nos hacen pensar irremediablemente en Fiebre del sábado noche y nos devuelven al enfrentamiento entre barrios pobres (Bronx, Brooklyn…) y barrio rico (Manhattan), son de lo mejorcito de la película, junto a, claro está, las interpretaciones de Mira Sorvino, John Leguizamo y Adrien Brody.

Apunto, para terminar, que los González-Fierro no valoran demasiado esta peli. Yo discrepo, a mí me gusta mucho y por eso la he traído aquí, para que figure en mi selección junto a esta española que viene ahora.


Amantes (Vicente Aranda, 1991)

No solo es uno de mis filmes de crímenes favoritos, sino que también figuraría en mi lista de (pongamos) las diez mejores películas españolas de todos los tiempos, si es que alguna vez elaboro una lista tan pedante.

El filme en un primer momento fue concebido como un capítulo de la serie televisiva La huella del crimen. Se basaba en un asesinato cometido en 1948, época verdaderamente gris oscura de la historia de España, a la que Aranda se atreve (y acierta plenamente) a dar un poco de color. Así, aligera bastante la sordidez del crimen real e incluso le confiere una pizca de glamur cinematográfico.

Amantes contiene interpretaciones excelsas de Maribel Verdú, Jorge Sanz y, sobre todo, Victoria Abril y escenas antológicas, como la que tiene lugar frente a la catedral de Burgos, de una belleza rara e inesperada.


El cebo (Ladislao Vajda, 1958)

Me extraña que no haya en Simpatía por el diablo ni siquiera una referencia a esta película, pues se trata de una producción española de técnica y tono impecables que aborda un asunto tan espeluznante como un asesino en serie de niñas y lo aborda, además, con la osadía (ficticia, claro) de un policía que se atreve a montar un operativo con una niñita como cebo para el monstruo. De ahí el título.

El cebo es una joyita de un director, Vajda, que tocaba muchos palos (es el director de Marcelino pan y vino) y todos los tocaba con sobrada profesionalidad.

Sigue extrañándome mucho que no aparezca en este libro, así que, a modo de resarcimiento, os enlazo  varios clips de y sobre la película en Youtube y espero que lo disfrutéis.


Hasta pronto, fauna zinéfila. Se despide vuestra amiga Noemí Pastor.